Una
de las causas de la orientación ineficaz es el desconocimiento de las
necesidades reales del educando.
Por
ello, si el orientador no es una persona abierta no podrá comprender las
reacciones complejas, y a veces, imprevisibles del educando. Tiene que mantener
una juventud interna (con independencia de la edad biológica que se tenga) para
tener ilusión, capacidad de cambio sin miedo a lo nuevo y manifestar una
seguridad contagiosa y autenticidad en todas sus acciones, si esto no es así,
el educando percibe lejanía y distanciamiento y no se va a comprometer.
Es
primordial centrarse en los alumnos que se quedan atrás por no alcanzar los
objetivos o por un bajo rendimiento académico y, por tanto, por falta de
realización personal.
Para
orientarlos hay que estar muy cerca de ellos pues, si no tienen confianza, la
relación y comunicación se deterioran y el alumno puede rechazar la asignatura
por creerse incapaz, por no estar a gusto en esa materia y ser ajeno a la
clase. Es en estos momentos cuando tenemos que atraerlos a nosotros y
preguntarnos porque se hallan en esta situación. Esto es muy importante porque
el alumno que se realiza suele formar grupos negativos con otros alumnos.
Siempre
tenemos que crear ambientes de orden, disciplina y silencio que tienen que
partir de la seguridad personal y firmes convicciones del educador. No se puede
ser eficiente si no se posee seguridad en la transmisión de valores que en cada
momento necesita el educando. Por este motivo, no debemos expulsar a un alumno
de clase, ya que iría en detrimento de mi autoridad, cortaría la transmisión de
valores y la relación de confianza con el educando.