Son los tres factores más importantes en la formación y educación de sus hijos.
La institución educativa
tiene que ser un referente para las familias. Los padres, deben tener una plena
confianza en profesores, educadores y miembros de la dirección del centro. La
colaboración entre Institución y familia debe ser máxima, fluida y constante.
La comunicación entre el tutor/educador responsable del grupo de tutoría y la
familia debe ser más que estrecha, y así crear un vínculo, un compromiso
que el alumno necesita notar que existe. Los objetivos, tanto de la Institución
como de la familia tienen que ser comunes, no debemos caer en el error de
que son los padres quienes deben decir a los docentes o educadores lo que tienen que
hacer con sus hijos o viceversa. El trabajo en la escuela, colegio o
Institución marcará a nuestros hijos para toda su vida, y puede ser para bien,
o para mal.
El segundo factor fundamental
es la familia. Mi experiencia con las familias en todos estos años ha sido muy
positiva. He tenido la suerte de contar con el apoyo de los padres, y no solo
de ellos, sino también de hermanos mayores, tíos e incluso de los abuelos. Esto
para el tutor es sin duda muy gratificante, saber que el respaldo de la familia
es máximo, nos ayuda a poder entender mejor la situación familiar, y desde la
raíz de los problemas que puedan tener, buscar las soluciones. Cuando un padre,
pasado unos años te reconoce la labor que realizaste con su hijo, como cambió
su forma de ser, como aún recuerda los consejos que le diste, para el tutor o
educador es una grandísima satisfacción.
El ambiente es el tercer
factor. Aquí nos encontramos con una prueba de fuego para el alumno. Cuando
hablamos de ambiente, me refiero a su forma de ser y actuar fuera de la
Institución educativa y del ámbito familiar. Son muchos los alumnos que
actúan de forma muy distinta en casa o en el colegio que en compañía de sus
amistades. Aquí solo nos queda confiar en que hemos conseguido nuestro objetivo
en los dos factores anteriores, Institución y familia. Si es así, les puedo
asegurar, que el adolescente, en su ambiente de amistades sabrá elegir y
distinguir lo que está bien y lo que está mal, tendrá madurez suficiente para
poder decir NO, ser consecuente con sus actos, y por supuesto, aprender de los
errores. Debemos dejar que los adolescentes se equivoquen, pero que aprendan de
los errores, con más madurez y sentido de la responsabilidad.
Conseguir que nuestros hijos
crezcan de forma madura, se formen como personas, transmitan paz y seguridad a
los miembros de la familia con un contagio emocional positivo, es el objetivo.
Es un duro trabajo, pero una
vez conseguido, la mejor de las satisfacciones, se lo aseguro.